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Un turbocargador solo funciona completamente cuando los gases del escape ejercen la presión suficiente como para hacer girar las propelas interiores, es decir, que para generar el impulso que le hace funcionar, el motor debe estar trabajando desde antes. Ese instante es lo que se denomina lag del turbo, un fenómeno que con los últimos avances tecnológicos se ha podido reducir bastante. Incluso hoy en día hay vehículos en los que es prácticamente inexistente. Pero veamos más a fondo qué es el turbo lag y por qué se genera.

¿Qué es el lag del turbo?

El propio término “lag” (en español: retraso) nos da una pista muy clara de lo que significa. El turbo lag es ese lapso de tiempo que transcurre desde que se pisa el acelerador hasta que la fuerza se transmite a las ruedas. Es, por decirlo así, un espacio de tiempo en el que no pasa nada, en el que hay “falta de respuesta”, hasta que el coche reacciona.

Este fenómeno ocurre en todos los coches cuyo motor tiene instalado un turbo.

¿Por qué se genera el lag?

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El lag se genera por las inercias de las propias turbinas que conforman el sistema del turbo, ya que su peso hace que no puedan funcionar de manera inmediata. Pero también por el tiempo que transcurre hasta que las turbinas giran lo suficiente como para que su presión sea capaz de empujar el vehículo.

Para entenderlo, hay que recordar el funcionamiento del turbocompresor. Éste se compone de dos turbinas solidarias entre sí: una está ubicada al lado de la admisión y la otra, del escape.

Pues bien, cuando sale el gas de escape, la presión realiza un movimiento en la turbina del escape, que se transmite a la de la admisión, lo que hace que aumente la presión del aire que entra al motor para alcanzar una mayor masa de oxígeno por cada ciclo de combustión, lo que se traduce en un aumento de potencia.

Es decir: cuantas más revoluciones del motor, más presión ejerce el compresor.

Es en este punto cuando entra en juego la inercia de la que hablábamos antes. Al pisar a fondo el acelerador, al motor le entra más aire y combustible, y entran en acción los gases del escape, que son los encargados de mover la turbina para darle ese empuje extra de potencia.

Al seguir pisando, el aire de admisión se comprime más, se empieza a generar más energía en la cámara de combustión, y la turbina comienza a girar más rápido hasta que llegue el momento en el que los gases de escape sean capaces de mover la turbina, y esta al compresor. Pero, debido a la inercia, desde que los gases inician el movimiento de la turbina hasta que se percibe una respuesta en la potencia, pasa un breve lapso de tiempo: el lag.

¿Cómo evitar los efectos del turbo lag?

En contra de lo que se suele pensar, la solución al lag no es optar por un turbo más grande. Con uno de grandes dimensiones se puede conseguir más potencia en altas vueltas, pero en las bajas el motor tardará en reaccionar porque las salidas de gases no serán suficientes para hacer girar las aspas de ese gran turbo.

En los motores en los que el turbocompresor es grande, es difícil mover la turbina cuando el coche está parado o circulando despacio, porque los gases tienen que lidiar con una inercia muy fuerte.

Para evitar este problema, se usan turbocompresores cada vez más pequeños y fabricados con materiales livianos, pero resistentes.

En los coches de competición se suele incorporan un anti-lag, también conocido como “bang-bang” por el ruido que emite. Este sistema consigue retrasar la combustión para generar presión en los gases de escape mientras entra aire en la admisión.

Así, el turbo se mantiene en sus revoluciones de enganche de manera que cuando se vuelve a pisar el acelerador, el turbo funcione a pleno rendimiento.